la ética de los tiempos democráticos que corren es más
bien “indolora”, es decir, alérgica a los deberes, a las obligaciones y a los
sacrificios personales; se trata de un tipo de ética que sólo se pone en
marcha gracias a la espontánea voluntad de los sujetos.
De este modo, la voluntad de hacer las cosas ha pasado al primer
plano de una ética basada en el bienestar individual.
Bajo esta lógica, se trata de reclamar los derechos individuales
(“subjetivos”), pero sin que éstos impliquen deberes.
Tras una fase de disolución del orden heterónomo y sacrificial al
que tendía la moral del deber, se da paso a un nuevo orden de valores
que tiene como eje central el ideal del respeto a los “derechos subjetivos”
de los individuos.
En nuestras sociedades, los objetos y marcas se exhiben más que las
exhortaciones morales, los requerimientos materiales predominan
sobre la obligación humanitarista, las necesidades sobre la virtud,
el bienestar sobre el Bien.
La ética del bienestar individual se funda sobre los derechos subjetivos
de los individuos; derechos tales como: poder andar a tono con
los últimos gritos de la moda, el hiper-consumo de los requerimientos
y las necesidades materiales, el confort y la comodidad del individuo,
inducidos éstos desde una lógica del consumo y la publicidad.
Bajo esta concepción ética, el amor propio es débil, ya que no presupone
el amor a los demás, sino la consagración de su indiferencia.
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