Se afirma que somos, según cierta tradición de la filosofía moral hispana, seres constitutivamente morales, lo que significa, para decirlo en términos
coloquiales, que “no nos queda de otra”.
Desde los orígenes mismos de la humanidad, la conducta humana
se enfrenta a la doble posibilidad de ser, precisamente “buena” o “mala”,
digna o indigna del hombre.
Este término supone que el hombre no está programado para llegar a
ser de una sola forma, sino que puede optar por varios caminos, por ello es
un ser indeterminado, ambiguo y contradictorio.
el hombre sigue dos caminos:
... nace con la posibilidad de hacerse más humano: desarrollar sus
potencias, crecer hacia el bien, o hacerse menos humano: descuidar
sus potencias, abandonar su crecimiento. El hombre se humaniza o se
deshumaniza a lo largo de su existencia. Hay seres humanos mejores
y otros peores... Así, en cuanto a nuestro ser, hemos de advertir que
somos racionales e irracionales, individuales y comunitarios, capaces
de amor y de odio, de alegría y tristeza. Y debido a que llevamos los
contrarios en nosotros, valoramos, diferenciamos, establecemos el
“bien” y el “mal”. La valoración proviene de la condición contradictoria
del hombre, esta última es el fundamento que hace posible todos los
valores que creamos... No podemos vivir sin valorar.
El hombre, entonces, considerado desde su propia naturaleza, es un
ser ambiguo y contradictorio por excelencia.
La historia ofrece el testimonio de la presencia de los valores del hombre
humanizado, aunque sobre todo lo ofrece de su ausencia y su indudable
rareza; éstas son consecuencia de dos signos irreductibles de la libertad:
la decisión y el esfuerzo.
Lo que explica la Ética es pues, que el hombre es un ser constitutivamente
moral. Bueno o malo, no puede no ser moral, ya que, como
hemos visto, la moralidad forma parte de la estructura de la subjetividad
humana, para bien o para mal.
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